Todo el mundo intenta solucionar la crisis: esa, la grande, la que todo lo abarca, la que nos domina y corroe, la ominosa. Sin embargo, antes de convertirse en la ominosa, la crisis era financiera, máximo económica. Ahora ya es crisis, irrenunciable, total, absoluta. Crisis. ¿Quién la arregla? La financiera los que andan en ello, siempre ganando y demostrando que, en realidad, una crisis no es más que el golpe de algunos para redistribuir la circulación de rentas, previsiblemente, a su favor.
La económica; eso, los economistas. Ahí ya hay lugar para más sabios, porque los economistas han dado en el embeleco de atraeer a su acervo los saberes de todas las áreas exploradas por el ser humano, así no hay quién les eche la culpa de nada. Y ahora va a resultar que la crisis era una crisis de valores. Y siendo así, nada más natural que exigir la vuelta de los valores, o a los valores; distinción que no resulta baladí, porque afecta a quién sea el encargado de llevar y traer tan preciada mercancía.
No hay que engañarse, los valores casi siempre andan metidos en una bolsa de, y lo que nos jugamos es la bolsa de valores. Y esa bolsa no está nunca lejos de las manos del poder, que la maneja con actitud generosa o amenazante, a veces estimulante y otras sancionadora, según... Los valores son eternos, y si no, no valen para nada. Como el ADN, SON la humanidad. Nada tan humano, pues, como los valores.
Amparados en esa eternidad de su vigencia, los valores lo que de verdad son es el pasado que invade nuestro presente, ocasionando no pocos trastornos, muchos sobresaltos y un sinfin de quebrantos a la integridad del individuo. Esos valores que, por cierto, pocos se molestan en especificar, inventariar y divulgar (solo sabemos que están en una bolsa y son múltiples y variados) se supone que tienen un alto contenido ético, humanista, convivencial. Pero no son más que los valores históricamente promovidos desde el poder a través de la religión.
¿Cuáles son esos valores? Por intentar aproximarnos a ellos y sin intención de agotarlos. El respeto, que no falte; ese es el que comienza en la escuela, se consolida en la familia, pasa a la empresa, al sindicato, al municipio... el respeto. O sea, la aceptación de lo que venga, sea lo que sea. ¿Y la integridad?: parecido, aguantar marea sin descomponerse. El ahorro, eso siempre, salvo cuando nos lanzan a la calle a gastar todo lo que habíamos acumulado con dificultad, porque hay que ser patriotas. La unidad, el nacionalismo, la patria... ese me lo salto. Hay algunos más.
En fin, eternos retornos de una moral que consagra el esfuerzo, el sacrificio y la ascesis como formas de llegar al éxito, la moderación como forma de conservarlo, la sumisión como estrategia de integración y el aburrimiento como el destino natural del ser humano. Porque la cosa es esa: que la gente se aburre. Indaguen, profundicen, pregunten a sus amigos...
O vayan al cine español, y encuéntrense con esos "primos" tan divertidos que acaban de estrenarse, pero seguirán contigo aunque te deje tu novia y además, perpetuamente vestidos de imbéciles, como en el cartel que anuncia la película del mismo nombre. En él, tres jóvenes de espaldas a la cámara se dirigen a lo que parece una playa, en calzoncillos, pero con los restos del chaqué que les sirvió para asistir a una boda. El melocotón se lo empezaron a agarrar, parece, en las escaleras del mismísimo altar de la iglesia. Vamos, el colmo de lo cool; oigan, ¿se puede ser más enrrollado? Desde luego más idiota, no. Esos son los eternos retornos: que las clases superiores propongan a las inferiores formas de comportamiento inclusivas, ritos de iniciación que, a cambio de la efectiva igualdad de oportunidades que no llega, ofrezca la ilusión de pertenecer al grupo de los elegidos, solo con vestirte como un memo. Y además hasta te dejan hacer guiños así, medio atrevidos, tardoprogres, neoamericanos, ¡viva la identidad cultural!
Y si no, ¿qué me dicen del riesgo que corremos, si nos aplicamos en el trabajo, de que nos hagan marqueses, como le ha pasado al pobre del Bosque? Cabal como es, sus últimas fotos registran la sorpresa por una prebenda que ni esperaba, ni buscaba ni, probablemente, entienda. Pero todos somos Inglaterra y si Ferguson es lord, pues Del Bosque marqués, para eso tenemos un rey tan cool y molón, tan sencillo, que no es casi ni rey de lo sencillo que es. Pero hace marqueses. ¿Y qué le añade a un entrenador de futbol ser marqués? Lo mismo que a un memo de treinta años vestirse de lo que no es para hacer lo que no quiere: valores...
Yo, por no sustraerme a lo que critico ni hacer traición al siglo (XXI), también quiero proponer una vuelta de los valores. De los del Caballero del Verde Gabán, aquel erasmista disfrazado con esa alegre prenda, entre los personajes que salen al paso de Don Quijote: el individualismo por encima del grupo, la conciencia de sí, la bondad entendida como la actitud de no entorpecer ni cohartar el desarrollo de quiénes nos redean, el amor como sentimiento de solidadridad y compasión con esas mismas personas, el conocimiento como forma de ascensión en la consideración de los demás y en la propia, el desdén por los logros inmediatos que ocultan la trayectoria... Propongo volver a su personaje, como a Cervantes, con el mejor sentido del humor, sabiendo que la vida, en realidad, tampoco es para tanto afán y desvelo.
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