¿Arco o Cibeles? |
¿Cibeles o Arco? |
Y por Arco, otro de los regalos de febrerillo, el loco. Arco: ese rompeolas de opiniones sobre arte, en el que todos tenemos derecho a dejar nuestra impronta; los quince minutos de celebridad al año para cualquier enterao que se precie y quiera discutir con un galerista (nada menos); la impagable sensación de compartir, y hasta controlar (en tremendo monopoly), las claves del mercado del arte. Pero el grande, el verdadero, el regalo que Arco hace a las masas, y estas raramente saben corresponder, es el ascenso en la escala social. Y un día cualquiera de febrero, sin saber muy bien porqué, se encuentra uno dentro de una burbuja, un poco claustrofóbica tal vez, pero ¿a quién le importa?, una burbuja nada especulativa, sino de las de verdad, creada por algún eximio artista para alguna generosa marca de cualquier bebida cara; y tú ahí, rozándote, si se tercia, con la baronesa Thysen, generosa en todo, y también en las formas y contornos que la delimitan. Porque a la que no rozas ni de broma es a Leticia, qué flaca esta esa chica, por dios.
Yo mismo: empecé pagándome la entrada, por ir, porque todo el mundo iba; y tardé años en enterarme de que, además, había gente que compraba cuadros, o fotos, o cualquier otra cosa. Ahí me puse como fundamentalista: ¿qué hacía yo, que no tenía la mínima intención de comprar nada, en una feria? También puedo estar interesado en los viajes y no me paso tres días recogiendo folletos en Fitur, por no hablar de Iberjoya, donde seguro que exponen unas cosas estupendas.
Craso error: estuve a punto de frenar, y desde luego comprometí seriamente, mi ascenso social. Y muy poco después ya no pagaba la entrada, visitaba la feria rodeado de magantes, me emborrachaba gratis y, sí, también: incluso llegué a ligar. Ya en la etapa final de mi exitosa fusión con el arte contemporáneo, ni siquiera necesitaba ir al recinto ferial para disfrutar de él y hacer todas esas cosas: me bastaba con hartarme de copas en el Cock: Y eso sí que es arte.
Lo que después de treinta años no ha conseguido Arco es que las galeristas rejuvenezcan, que los artistas se arreglen un poco, que los coleccionistas adelgacen. Porque al lado, y a la vez, se celebra la pasarela Cibeles, y no hay color. Así que, en cuanto termine la conjura de los periodistas y Leticia se/nos confiese que le apetece mucho más la movida del pabellón de al lado, Arco se va a quedar solo con sus compradores y nos vamos a ir yendo todos hacia Cibeles, aunque no den tanto de beber.
Muy importante la conjura mediática: allá se van los becarios a sentar reales tres días, sin parar de comentar. Así que si tienes la santa prudencia de quedarte en casa leyendo los periódicos, pudieras llegar a cultivar la impresión de que el futuro del arte y la cultura contemporáneos, se juega precisamente en ese pabellón del Ifema de Madrid, mientras tú te repantingas en tu casa. Los medios chequean la salud del "sistema arte" por ti, le aplican cataplasmas, comentan el efecto de las mismas, se le dan electroshocks; todo para mantener a no se sabe quién informado de no se sabe qué. Cualquiera comenta los solo-projects, como si no se dedicara a otra cosa, o se desilusiona con los projects-rooms, se abomina de lo electrónico, o se echan a faltar las performances. Y los pobres galeristas que no saben qué salida dar al género.
Todos los años lo mismo: comenzamos con malas expectativas, la crisis causa temor; para tres días después respirar aliviados, celebrando que el arte goza de buena salud y las ventas no se han visto afectadas por esa crisis tan ordinaria que aquí no tiene fuero, hasta ahí podíamos llegar: ¡le van a decir a la baronesa que su colección vale ochocientos mil millones menos!. Y sí, respiramos aliviados como si nos correspondiera algún porcentaje de esas ventas por ser contribuyentes, o por cualquier otra audaz pirueta fiscal de Zapatero, ¿porqué no?, el arte es de todos ¿no?. Aunque el resto del año haya que continuar denunciando que no se vende un colín... y vuelta a empezar. Mientras, las cifras de Iberjoya duermen el sueño de los justos, como las de las ferias de maquinaria agrícola, o cualquier otro de los bienes que inciden de verdad en nuestra vida diaria; mucho más que el arte, para el caso.
Pero nos gusta Arco, nos pone, cómo nos pone decir eso de "yo solo compro lo que me gusta, no pienso en la inversión". Con esa filosofía de vida, Arco ha sembrado de espantos los adosados y áticos de medio Madrid, pero, sin duda, también ha hecho feliz a mucha gente. Y si pusieran a un director más alegre pues todavía haría feliz a más, quién sabe si, quizá, hasta a los galeristas.
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