domingo, 20 de febrero de 2011

Febrero en Madrid

¿Arco o Cibeles?
¿Cibeles o Arco?
Siempre fue el mes que más me gustó del  año en la capital. Los  cielos esos de Velázquez ocurren (a veces, y no solo, pero también...) ahora, los membrillos fríos de Antonio López también se pueden buscar ahora. Pero lo  mejor sigue siendo, sin duda, las ganas de echarse a la  calle que siempre caracterizan al madrileño, que no  aguanta más, desde las ya lejanas navidades, sin merodear por terrazas, calles y plazas.

Y por Arco, otro de los regalos de febrerillo, el  loco. Arco: ese rompeolas de opiniones sobre arte, en el  que todos tenemos derecho a dejar nuestra impronta; los quince minutos de celebridad al  año para cualquier enterao que se precie y quiera discutir con un galerista (nada menos); la impagable sensación de compartir, y hasta controlar (en tremendo monopoly),  las claves del  mercado del arte. Pero el  grande, el verdadero, el regalo  que Arco hace a las masas, y estas raramente saben corresponder, es el  ascenso en la escala social. Y un día cualquiera de febrero, sin saber muy bien porqué, se encuentra uno dentro  de una burbuja, un poco claustrofóbica tal vez, pero ¿a quién le  importa?, una burbuja nada especulativa, sino de las de verdad, creada por algún eximio artista para alguna generosa marca de cualquier bebida cara; y tú ahí, rozándote, si se tercia, con la  baronesa Thysen, generosa en todo, y también en las formas y contornos que la delimitan. Porque a la que no rozas ni de broma es a Leticia, qué flaca esta esa chica, por dios.

Yo  mismo: empecé pagándome la entrada, por ir, porque todo el mundo iba;  y  tardé años en enterarme de que, además, había gente que compraba cuadros,  o  fotos,  o  cualquier otra cosa. Ahí me puse como fundamentalista: ¿qué hacía yo, que no  tenía la  mínima intención de comprar nada, en una feria? También puedo estar interesado en los viajes y no me paso  tres días recogiendo folletos en Fitur, por no  hablar de Iberjoya, donde seguro que exponen unas cosas estupendas.

Craso error: estuve a punto de frenar, y desde luego comprometí seriamente, mi ascenso social. Y muy poco después ya no pagaba la entrada, visitaba la  feria rodeado  de magantes, me emborrachaba gratis y, sí, también: incluso llegué  a ligar. Ya en la etapa final  de mi exitosa fusión con el  arte contemporáneo, ni siquiera necesitaba ir al  recinto ferial  para disfrutar de él y hacer todas esas cosas: me bastaba con hartarme de copas en el  Cock: Y eso sí que es arte.

Lo que  después de treinta años no  ha conseguido  Arco es que las galeristas rejuvenezcan, que los  artistas se arreglen un poco, que los coleccionistas adelgacen. Porque al lado, y a la vez, se celebra la pasarela Cibeles, y no hay color. Así que, en cuanto termine la  conjura de los periodistas y Leticia se/nos confiese que le apetece mucho más la movida del  pabellón de al  lado, Arco se va a quedar solo con sus compradores y nos  vamos a ir yendo  todos hacia Cibeles, aunque no den tanto de beber.

Muy importante la conjura mediática: allá se van los becarios a  sentar reales tres días, sin parar de comentar. Así que si  tienes la  santa prudencia de quedarte en casa leyendo los periódicos, pudieras llegar a cultivar la  impresión de que el  futuro del  arte y la  cultura contemporáneos, se juega precisamente en ese pabellón del Ifema de Madrid, mientras tú te repantingas en tu casa. Los medios chequean la salud del  "sistema arte" por ti, le aplican cataplasmas,  comentan el efecto de las mismas, se le dan electroshocks; todo para mantener a no se sabe quién informado de no se sabe qué. Cualquiera  comenta los solo-projects, como si no se dedicara a otra cosa, o  se desilusiona con los projects-rooms, se abomina de lo electrónico, o se echan a faltar las performances. Y  los pobres galeristas que no saben qué salida dar al género.

Todos los años lo  mismo: comenzamos con malas expectativas, la  crisis causa temor; para tres días después respirar aliviados, celebrando que el  arte goza de buena salud y las ventas no  se han visto afectadas por esa crisis tan ordinaria que aquí no tiene fuero, hasta ahí podíamos llegar: ¡le  van a decir a la baronesa que su colección vale ochocientos mil millones menos!. Y sí, respiramos aliviados como si nos correspondiera algún porcentaje de esas ventas por ser contribuyentes, o por cualquier otra audaz pirueta fiscal de Zapatero, ¿porqué no?, el  arte es de todos ¿no?. Aunque el resto del año haya que continuar denunciando que no se vende un colín... y vuelta a empezar. Mientras, las cifras de Iberjoya duermen el sueño de los justos, como  las de las ferias de maquinaria agrícola, o cualquier otro de los bienes que inciden de verdad en nuestra vida diaria; mucho más que el  arte, para el  caso.

Pero nos gusta Arco, nos pone, cómo nos pone decir eso de "yo solo compro lo  que me gusta, no pienso en la inversión". Con esa filosofía de vida, Arco  ha sembrado de espantos los adosados  y áticos de medio Madrid, pero, sin duda, también ha hecho feliz a mucha gente. Y si pusieran a un director más alegre pues todavía haría feliz a más, quién sabe si, quizá,  hasta a los  galeristas.

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