Si uno ya tiene, de por sí, la tendencia a andar subiendo a los palacios y bajando a las cabañas, Brasil puede ser la más vertiginosa montaña rusa social del planeta. En una misma velada te encuentras con los magnates que juran que sí, que llegó la hora de Brasil porque, efectivamente, no hay otro país igual en el mundo... en el que puedan forrarse como en el suyo. Pero si llegaste en taxi a esa atalaya social, el conductor te puede haber relatado en el camino cómo, tras salir despedido por la crisis norteamericana, regresó a su Brasil natal para disfrutar de los años del despegue que prometió The Economist. Pero ya ha tenido que volver a poner en marcha el periscopio para ver adónde le puede llevar el deseo de una vida más previsible, que aporte una cierta garantía al futuro de sus hijos, que también le preocupa, lo que no es tan frecuente como ccreen por el gran sertón.
Dilma Roussef, que no sólo subió a palacios y bajó a cabañas, sino que también habita despachos tras frecuentar prisiones (transiciónes mucho más aleccionadoras, sin duda), sabe de eso, e inauguró su mandato comprometiéndose a erradicar la miseria del paraíso brasilero.
Para alcanzar tan noble objetivo, lo primero, claro, es reconocer su existencia, que la alegria natural del señor Lula mantuvo bajo siete llaves, llegando a hacer creer al propio Zapatero que la refundación verbal de la realidad bastaba para corregir la terquedad de los números.
Según la CEPAL (organismo de Naciones Unidas para el estudio de la economía en la zona) un tercio de la población de América Latina vive con menos de dos dólares por día. Brasil, excesivo en todo, aporta a esa estadística 50 millones de personas. Una de las principales economías del mundo no es capaz de ofrecer mejores condiciones de vida a su población. En las mismas Naciones Unidas, se fabrica el Índice de Desarrollo Humano, que no da muchas alegrias a este país, tan bendecido por dios como castigado por los hombres y a la espera de que lo salven las mujeres. Brasil ocupa el puesto 73, lejos de México (56) o de Perú (63). Para tranquiliddad de los irreductibles de Zapatero, informamos que España ocupa el puesto 20, lo que no está mal; oiga: Nueva Zalanda ocupa el 3 y ¿quién se quiere ir con los kiwis?
En España nos encanta mesarnos los cabellos y hacernos las víctimas ante conocidos y desconocidos, pero decidir quién es pobre y quién no, es una cuestión que trae de cabeza a la inteligente y enérgica señora Roussef. Ya no es solo cuestión de comer o no comer, también hay que considerar pobre a la persona que no accede a unas condiciones dignas de higiene, de transporte, de acceso a la educación, también al disfrute de su tiempo libre, a quien no dispone de un habitáculo decente, o de ropas adecuadas. Así que el concepto de pobreza no es privado, sino muy público. Ocupar un espacio digno, con acceso a servicios comunes que ayuden al ciudadano en la construcción de su dignidad personal, es labor del estado, y la presidenta quiere saber cuanto antes cuanto tiene que gastar en ese capítulo para cubrir las necesidades básicas de Brasil. Consciente de la resistencia que esa actitud va a provocar entre los poderes fácticos del país.
Porque las fortunas que jaleaban a Lula no están dispuestas a consentir ninguna aventura fiscal seria, de esas que terminan en una redistribución de la renta. El país ya está bendecido por dios; al que él se la dio, que Dilma se la conserve. Y así es muy difícil seguir adelante. Unas 5.000 familias controlan la mitad de la riqueza nacional. Tras una ligera investigación personal, sin ánimo ni rigor estadístico alguno,he comprobado que ninguna de esas familias se manifiesta partidaria de repartir su renta ni siquiera con los trabajadores que la hacen posible. Ya con los desheredados de la tierra, ni se cuestiona. Porque, como en otros muchos sitios, si el objetivo es hacer dinero, el camino más corto, en Brasil, no es trabajar.
A quienes éramos demasiado ignorantes para valorar en su justa medida los Pactos de la Moncloa, o a quiénes, estando hartos de Zapatero, nos pasó por alto la importancia del logro que supone solucionar el problema de las pensiones, puedo adelantar en primicia, que la señóra Roussef no duerme, pensando en su desafío: generar un diálogo nacional capaz de establecer un pacto político que comprometa a todos los sectores de la sociedad brasileña en un nuevo impulso capaz de erradicar la pobreza.
Un país que tiene prácticamente garantizada la paz, sin ningún problema de segregación territorial ni conflictos con sus vecinos, de una cohesión cultural, en torno a su lengua, sin fisuras, tiene que ser capaz de promover la solidaridad que universalice servicios públicos de calidad. Para eso se requiere una inversión pública que extienda la red de alcantarillado y mejore la salud de tantas comunidades en las que el dengue, por ejemplo, ni es noticia; que mejore el transporte público (en Sao Paulo, ir de "móstoles" al "centro" puede tardar dos horas ¡y costar el doble de lo que cobran los cercanías madrileños!); lo mismo en la educación, insistimos mucho en la salud y también en ese aglutinador social que es la cultura, con una misión histórica en este país, que puede romper moldes en otros. Porque mienttras Europa debate sin descanso el ocioso tema de las industrias creativas, aquí se crean redes de producción y distribución musical que desafían cualquier procedimiento establecidoo hasta la fecha.
En el siglo XIX la historia repetía en comedia lo que había sido tragedia. En el XXI ha cambiado algo, la historia se repite manteniendo los tonos, solo que cobrando un 10 o un 15% más . De aquellos españoles, que descubrían Prada como otra de las bellas artes y accedían a ese nivel simbólico cobrando millonadas por tortillas de patata deconstruidas, o por sillas horrorosamente tapizadas, o por cualquier otra futesa; a estos brasileños, que se afanan en las mismas bajas pasiones, con los precios ligeramentte más altos, no han transcurrido los años siuficientes para extraer enseñanzas y aprendizajes. Solo se repiten los errores.
Pero Europa tiene un suelo, bien que nos revolcamos en él; en Brasil la caída puede ser, ya lo fue antes, simplemente libre. Las circunstancias climáticas añaden amenazas, como vimos muy recientemente. La obsesión por el etanol desvía el maíz de la alimentación a la producción de energía. La comida sube todos los días, el descubrimiento que las clases casi medias han hecho de los valores energéticos de la carne, está poniendo el picadillo a precio de solomillo de buey de Kobe.
Intentando escapar a la demagogia fácil y al sermón social blando, una sociedad que genera estos extremos de bienvivir y desgracia, no es una sociedad exitosa. Puede ser una sociedad plenamente integrada con la naturaleza que la rodea, en mimesis perfecta con ella y desarrollando sus principios filosóficos más extendidos, tipo "el que venga detrás que arree". Pero no es la sociedad que, por humana, ha de estar impregnada de valores humanistas. Tan simple como intentar evitar la explotación de los unos por los otros, o al menos paliar sus efectos. De verdad que el mundo está como para echarse de vez en cuando a la calle y protestar, y estoy convencido de que ni el matrimonio gay ni la disolución de la familia española son fenómenos que estén amenazando su continuidad. A ver si dirijimos el foco hacia lo importante de una vez.
Imágenes de Claudia Jaguaribe, brillante fotógrafa y mujer brasileña.
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