domingo, 13 de febrero de 2011

Goteras en el paraíso: la pobreza.

Si uno  ya tiene, de por sí, la  tendencia a andar subiendo a los palacios y bajando a las cabañas, Brasil puede ser la más  vertiginosa montaña rusa social del  planeta. En una misma velada te encuentras con los magnates que juran que sí, que llegó la hora de Brasil  porque, efectivamente, no  hay otro país igual en el mundo... en el  que  puedan forrarse como en el  suyo. Pero si  llegaste en taxi a esa atalaya social, el  conductor te puede haber relatado en el  camino cómo,  tras salir despedido por la  crisis norteamericana, regresó a  su Brasil natal  para disfrutar de los años del despegue que prometió The Economist. Pero ya ha tenido que volver a poner en marcha el periscopio para ver adónde le puede llevar el deseo de una vida más previsible,  que  aporte una cierta garantía al futuro de sus hijos, que también le preocupa,  lo  que no es  tan frecuente como ccreen  por el  gran sertón.

Dilma Roussef,  que no  sólo subió a palacios y bajó a cabañas, sino que también habita despachos tras frecuentar prisiones (transiciónes mucho más aleccionadoras, sin duda),  sabe de eso, e inauguró  su mandato comprometiéndose a erradicar la  miseria del paraíso brasilero.

Para alcanzar tan noble objetivo, lo  primero, claro, es reconocer su existencia, que la alegria natural  del señor Lula mantuvo bajo siete llaves, llegando a  hacer creer al propio  Zapatero que la  refundación verbal de la realidad bastaba para corregir la  terquedad de los números.

Según la CEPAL (organismo  de Naciones Unidas para el  estudio de la economía en la  zona) un tercio  de la  población de América Latina vive con menos de dos dólares por día. Brasil, excesivo  en todo, aporta a esa estadística 50 millones de personas. Una de las  principales economías del mundo no es capaz de ofrecer mejores condiciones de vida a su población. En las mismas Naciones Unidas, se fabrica el Índice de Desarrollo Humano, que no da muchas alegrias a este país, tan bendecido por dios como castigado  por los hombres y a la espera de que lo salven las mujeres. Brasil ocupa el  puesto 73, lejos de México (56) o de Perú (63). Para tranquiliddad de los irreductibles de  Zapatero, informamos  que España ocupa el  puesto 20, lo que no está mal; oiga: Nueva Zalanda ocupa el 3 y ¿quién se quiere ir con los kiwis?

En España nos encanta mesarnos los  cabellos y hacernos  las  víctimas ante conocidos y desconocidos, pero decidir quién es pobre y quién no, es una cuestión que trae de cabeza a  la inteligente y enérgica  señora Roussef. Ya no es solo cuestión de comer o no comer, también hay que considerar pobre a la  persona que no accede a unas condiciones dignas de higiene, de transporte, de acceso a la  educación, también al  disfrute de su tiempo libre, a quien no  dispone de un habitáculo decente, o  de ropas adecuadas. Así que el  concepto de pobreza no es privado, sino muy público. Ocupar un espacio  digno, con acceso  a servicios comunes que ayuden al  ciudadano en la  construcción de su dignidad personal, es labor del  estado, y la presidenta quiere saber cuanto antes cuanto  tiene que gastar en ese capítulo para cubrir las necesidades básicas de Brasil. Consciente de la resistencia que esa actitud va a provocar entre los poderes fácticos del país.

Porque las fortunas que jaleaban a Lula no  están dispuestas a consentir ninguna aventura fiscal seria,  de esas que terminan en una redistribución de la  renta. El país ya está bendecido por dios; al que él se la dio, que Dilma se la conserve. Y así es muy difícil seguir adelante. Unas 5.000 familias controlan la mitad de la  riqueza nacional. Tras una ligera investigación personal, sin ánimo ni rigor estadístico alguno,he comprobado que ninguna de esas familias  se manifiesta partidaria de repartir su renta ni siquiera con los  trabajadores  que la hacen posible. Ya con los  desheredados de la  tierra, ni se cuestiona. Porque, como en otros muchos sitios, si el objetivo es hacer dinero, el camino más corto, en Brasil,  no es  trabajar.

 A quienes éramos demasiado ignorantes para valorar en su justa medida los Pactos de la Moncloa, o a quiénes, estando  hartos de Zapatero, nos pasó por alto la importancia del logro  que supone solucionar el  problema de las pensiones, puedo adelantar en primicia, que la señóra Roussef no  duerme, pensando  en su  desafío: generar un diálogo  nacional capaz de establecer un pacto  político  que comprometa a todos los sectores de la sociedad brasileña en un nuevo impulso capaz de erradicar la pobreza.

Un país que tiene prácticamente garantizada la  paz, sin ningún problema de segregación territorial ni  conflictos con sus vecinos, de una cohesión cultural, en torno a su lengua, sin fisuras, tiene que ser capaz de promover la solidaridad que universalice servicios públicos de calidad. Para eso se requiere una inversión pública que extienda la red de alcantarillado y mejore la salud de tantas comunidades en las que el  dengue,  por ejemplo, ni es noticia; que mejore el  transporte público (en Sao Paulo, ir de "móstoles" al  "centro" puede tardar dos  horas ¡y costar el doble de lo que cobran los cercanías madrileños!); lo mismo en la educación, insistimos mucho en la salud y también en ese aglutinador social que es la cultura, con una misión histórica en este país, que puede romper moldes  en otros. Porque mienttras Europa debate sin descanso el ocioso tema de las industrias creativas, aquí se crean redes de producción y distribución musical que desafían cualquier procedimiento establecidoo  hasta la  fecha.

En el  siglo XIX la historia repetía en comedia lo  que había  sido tragedia. En el XXI ha cambiado algo, la historia se repite manteniendo  los  tonos, solo que  cobrando  un 10  o un 15% más . De aquellos españoles, que descubrían Prada como otra de las bellas  artes y accedían a ese nivel simbólico cobrando millonadas por tortillas de patata deconstruidas, o por sillas horrorosamente tapizadas, o por cualquier otra futesa; a estos brasileños, que se  afanan en las mismas bajas pasiones, con los precios ligeramentte más altos, no  han transcurrido los años siuficientes para extraer enseñanzas y aprendizajes. Solo se repiten los errores.

 Pero Europa tiene un suelo, bien que nos  revolcamos en él; en Brasil la  caída puede ser, ya lo fue antes, simplemente libre. Las circunstancias climáticas añaden amenazas, como vimos muy recientemente. La obsesión por el etanol desvía el maíz  de la alimentación a la producción de energía. La comida sube todos los días,  el descubrimiento  que las clases casi medias han hecho de los  valores energéticos  de la  carne, está  poniendo el picadillo a precio de solomillo de buey de Kobe.

Intentando escapar a la  demagogia fácil y al sermón social blando, una sociedad que genera estos extremos de bienvivir y desgracia, no es una sociedad exitosa. Puede ser una sociedad plenamente integrada con la  naturaleza que la rodea,  en  mimesis perfecta con ella y desarrollando sus principios filosóficos más extendidos, tipo "el que venga detrás que arree".  Pero  no  es la sociedad que, por humana, ha de estar impregnada de valores humanistas. Tan simple como intentar evitar la  explotación de los unos por los otros,  o al  menos paliar sus efectos. De verdad que el  mundo está  como para echarse de vez en cuando a la  calle y protestar,  y estoy convencido de que ni el matrimonio  gay ni la disolución de la familia española son fenómenos que estén  amenazando su continuidad.  A ver si dirijimos el foco hacia lo importante de una vez.

Imágenes de Claudia Jaguaribe, brillante fotógrafa y mujer brasileña.

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