Artemisia Gentileschi |
Andrés Serrano |
Lo han adivinado: los museos están en crisis. Como si alguien pudiera recordar un momento en el que no lo hayan estado. Yo llevo algunos años viviendo (de) sus crisis, más o menos cerca, y no me parece para tanto. Pero el estado no cumple, regatea sus presupuestos; y las empresas, corporaciones o fundaciones, los dejan a una intemperie en la que no consiguen atraer a las masas que, hace poco, henchían de orgullo las cifras que sus directores gustaban de comunicar, con obsesiva machaconería. Ahora que la crisis de verdad, la ominosa, les ha comido las colas, no saben cómo explicar que necesitan dinero para cumplir su irrenunciable misión: seguir atrayendo a esas masas que, por otra parte, tampoco solucionan sus problemas. Y así hasta la próxima generación.
Arbitristas no faltan aportando soluciones de todo tipo. Entre los más imaginativos, Alain de Botton, que ve la salvación de los museos en imitar a las iglesias (¿a cuáles?, me pregunto yo, porque tampoco es que les sobre público, o ¿me estoy perdiendo algo?). Sí, los museos deberían asumir su destino natural, que no es otro que servir al enrriquecimiento de nuestras almas y, en general, a nuestra mejora como personas.. Porque el arte pierde sus más profundos significados cuando se muestra al público con esa frigidez académica o, mucho peor, con esa sensualidad sin contenido. El museo no está vinculando los objetos que exhibe a las necesidades de sus visitantes, por eso dejamos de frecuentarlos. Y la BBC airea estas cosas con la mejor intención, digo yo.
Tampoco faltan estrategias para mejorar los balances de los museos. Algunas de las que adoptan los europeos escandalizan a los americanos. El New York Times se sonrroja al informar sobre la publicidad que cubre la venerable pared del Musée D´Orsay, con una anuncio de Chanel. Pero el museo ya tiene su portavoz para defender ese bonito frasco que, entre otras cosas, se mueve con el viento (qué no inventarán...). Además, Amélie Hardivillier muestra claramente la maginot de la grandeur: "...rechazamos la botella de cocacola", tranquiliza a sus clientes (a los de cocacola). ¿Será cosa de Carla Bruni, esta política cultural? Porque el hijo de Miterrand no le hacía ascos a nada...
Los (buenos) museos tienen muchas formas de financiarse. Siempre han alquilado obras a otros y lo seguirán haciendo. Parece que hacerlo en Dubai despierta lo peor de nuestra xenofobia cultural y altera la percepción del propio préstamo, por rentable que sea. Pero si tenemos que alquilar a Pep Guardiola a Qatar, no sé, a mi, ahora, me hace mucha más falta que La vieja friendo huevos, de la que temporalmente me atrevería a prescindir, sin que Velázquez se vaya a remover en su tumba, creo.
Lo que me resulta mucho más difícil de aceptar son las nuevas tendencias de estos templos de la humanidad, en su voluntad de sorprender y servir a la sociedad moderna. Cuando yo vivía en Chicago, su Museo de Arte Contemporáneo dio en la sandez de celebrar los jueves una "noche de los solteros" (ejemplo que he visto cundir, con ligeras variantes, por todo el mundo). Yo, que en aquella época no lo estaba, me colaba por si pillaba algo. Y no lo recomiendo. Besar a alguien, que acabas de conocer, delante de un pollock te revuelve las tripas, y tu libido puede descender, hasta lo irrecuperable, si te encuentras con alguien que te gusta delante de una foto del, por otra parte, extraordinario Andres Serrano, por ejemplo. (Eso me pasó...)
Los (buenos) museos saben muy bien qué es lo que tienen que hacer. Los que conservan colecciones importantes para la comunidad, cuidar de ellas, aumentar la reflexión y el saber que generan y transmitir todo ello a la sociedad en las mejores condiciones posibles. Lo que no incluye necesariamente ni puertas de Iglesias (Cristina), ni proas de Nouvelle, ni alas de Calatrava, ni tantas otras ornamentaciones y fantasías, con las que arquitectos sin mucho sentido ni escrúpulo, han desafiado al contenido que parecían tratar de optimizar.
Desde la reflexión, el museo inspira a las generaciones actuales y les permite avanzar a hombros de gigantes en el apasionante mundo de la creatividad y el sentido humanos. Para lo que no se necesita vender corbatas. Ni tampoco caer en la fascinación de las masas, a la que han sucumbido todos los directores que ahora son algo y nunca fueron nada.
La gente, al fútbol, que para eso es tan entretenido; y el que tenga que ir al museo que encuentre en él lo que busca, que para eso no va a necesitar de millonarias campañas de márketing, de ruinosos estudios de público y patéticos planes de explotación.
Eso, los buenos; y los malos, que los cierren, que total...
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