miércoles, 26 de enero de 2011

Estilismos

Ella.

Él...












El gran Gilberto Gil
Carlos Calil, Secretario de Cultura de la Prefeitura de Sao Paulo

Ovserven el largo de la chaquta (de él)
Nada resulta tan físico como el  ritmo, es la experiencia misma de la  fisicidad, de la  vida que corre por nuestras venas. Así que no es de extrañar que sea la música el  arte que, con mayor probabilidad, puede hacernos pasar al otro lado del espejo. La experiencia musical  convierte nuestro cuerpo en el  instrumento  imprescindible de la trasmutación artística, por eso somos oyente, músico e instrumento, cuando nos permitimos ese tipo de esperiencias, sí, más "orientales" que "occidentales", si hemos de atenernos al tópico.. Otras artes las proporcionan en diferente grado de intelectualización,  por lo que no es de extrañar que, asumiendo un cierto idealismo, la  vida misma podamos considerarla una obra de arte. 

Entonces ¿para qué necesitamos  un ministerio  de cultura? Y no creo que la  respuesta sea tan evidente, aunque la pregunta se pueda reformular hacia, ¿qué podemos, y debemos, esperar del ministerio de cultura? Pasemos sobre lo obvio, la conservación del patrimonio, que es lo que  justifica su existencia. E igualmente justificaría la de un supuesto ministerio de obras públicas (Franco, ¡poeta!), puesto que públicas y obras son las que el ministerio de cultura tiene que conservar y, en su caso, gestionar.

Se ha puesto de moda tirar contra Malraux:  un ministerio de cultura es, en nuestros días, un ente que NO hace lo que hizo el francés... pero bien que su nación lo aprovechó. Un ministerio de cultura es un promotor que nunca tiene que hacer un Beaubourg, porque ¡vaya un pretensión!, esa de competir con Nueva York y su expresionismo abstracto, ¡a quién se le ocurre!

Pero sigue habiendo una marca cultural francesa,  reconocible en todo el mundo, extraordinario complemento de la diplomacia pública que ejercen las multinacionales galas en los cinco continentes. Ya..., tampoco ese tiene que ser el objetivo... y la discusión inunda volúmenes, completa anaqueles y anima masters de gestiónn cultural, ¡y mira que es difícil animar esos engendros!

Celebrábamos ayer el 457 aniversario de la ciudad de Sao Paulo aplaudiendo a un músico junto con los responsables de cultura, estatales o locales, pasados o presentes, que colaboran en la producción,  difusión y goce de una cultura (muy discutible también, y ocasión habrá  para ello) con un marchamo  popular difícil de encontrar fuera de Brasil. Pero es que a los ministros les gusta su trabajo, y sentarse en el  suelo  desafiando a la deshidratación, con una botella de agua en la mano;  y al spleen urbano, con  Naná Vasconcelos, les parece el  mejor  plan posible para celebrar un cumpleaños. Por ejemplo el  de su ciudad, y en compañía de sus ciudadanos, no de sus próceres, ni de sus paniaguados de  cámara. Cuestión de estilo.

Siguiendo ese argumento que nos lleva del  gusto al  tacto, de este al  estilo y desde él, a una buena gestión del  capital simbólico de la comunidad, ¿qué es lo que gusta a los ministros de las españas? Al menos, para centrarnos,  a esos que el  incansable dedo de Zapatero señala y consagra como guardianes de nuestras esencias , con la misma veleidad y desinformación con las que el dedo de Florentino Pérez coloca entrenadores en su Real Madrid.

¿Se acuerdan de un tal Molina? Pues fue uno de ellos no  hace mucho. Solo con facilitar la desaparición de los faldones de sus chaquetas por el  centro de Madrid, se aliviaron los problemas de tráfico en la capital. Y la noble intención de escondernos sus enormes posaderas no justificaba las oleadas de tela que aparecían en los actos oficiales, siendo así que, además, no hay Instituto Torroja capaz de diseñar la prenda que disimule semejante anatomía. Eso se olvida con relativa facilidad, pero ¿y  lo que hizo en el  ejercicio  propio de sus funciones? Sin noticias ya de quien, por otra parte, nunca las tuvo  más que de sí mismo.

¿Y  qué será de la ministra actual, a caballo entre la loba de Custo que le  gustaría ser y la  teresiana que no  acaba de salir de ella? Porque con esas  alternativas se presenta en sociedad, sin transición alguna. Eso sí, como su antecesor, rodeados de un ejército de fieles (y no  tanto, que hay cada desagradecido, contando  unas cosas...) que los aisle de la  realidad,  les oculte la  respiración de la calle  y les permita vivir ¡su imposible sueño Malraux! En el  suelo se iban a sentar ellos..., ¡hasta ahí podíamos llegar! Estilismos. Pero el veleidoso dedo de Zapatero ya gira otra vez...

Para orientar su alegre vuelo,  los internautas proponen la oronda figura del  señor de la Iglesia (Alex, no Rouco..., que a lo mejor pronto tiene su oportunidad también).  Y yo propongo ¡a Mouriño!:  un poco de orden, sí señor. Total,  nadie como él (ni siquiera Molina) para poner una institución a su servicio convirtiéndose en el patrón de su empleador. Y ya veríamos si se arbitraba a favor de los artistas españoles  en las bienales immportantes o no. Y lo de las descargas, bueno, en media hora; por no hablar del cine;  o  del Reina  Sofía, ¡patronatos a él!:  a ganar en todos los  frentes, que participar es de tontos. ¡Ah!, que no es español... en realidad, no hay nada más español que un portugués cabreado...

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