El que se ha armado Obama, don Barack, en su visita a la capital carioca. Y es que Brasil no es para principiantes...
Vino don Barack convencido, como siempre, de que también entre los impresionantes morros de Río de Janeiro, acechaba la historia; esta vez, para establecer una nueva americanidad que, basada en la igualdad entre países, la proximidad y la buena voluntad, proporcione algún descanso a los planificadores económmicos USA, frente a los resolutivos chinos que, sin molestarse en aprender samba, ni en hablar tontamente de fútbol, ni en traerse a sus mujeres y niños de paseo, acaban con el zurrón lleno.
Brasil puede con todo y cuando uno se rinde a esa evidencia y se deja llevar, comienza a disfrutar. Por ejemplo, del susto que se han llevado los americanos, con este viaje de su presidente. Para empezar, eran los presidentes brasileños los que, conseguidas las credenciales, corrían a hacer cola en la Casa Blanca para pedir audiencia. No así Dilma, que desde el principio y sin los mohines seudoizquierdosos de su antecesor, ni complejo de ninguna clase, incluyó a Obama en su plan de márketing, y ¡vaya si le ha sacado partido a la visita! Obama venía como Shakira: a llenar estadios, hacer caridad y repartir sonrisas. Pero Dilma le tenía preparada una agenda de trabajo sin concesiones, falsas complacencias, ni gestos inútiles.
Para empezar, la almendra del viaje ha sido el paso por Brasilia, como no podía ser de otra manera, pero los americanos intentaban evitar. Y ahí Niemeyer, y la configuración que dio al palacio de Planalto, impide cualquier frivolidad. Por la rampa de acceso hasta la presidenta, solo circulan los que vienen a trabajar, así que Michele y las niñas, tan monas, se tuvieron que esperar a que la señora Dilma se dignara dirigirles un par de sonrisas, bien gauchas (Dilma Roussef es de Puerto Alegre), como diciendo: y a estas ¿a qué las traes? No se ha vuelto a saber de doña Michelle que, desilusionada, prácticamente ni se ha cambiado de vestido en todo el viaje.
Don Barack venía a hacer una oferta de cazabombarderos que Dilma no podría rechazar, pero la ha rechazado. No afloja, tampoco, el americano: Dan Restrepo (su asesor de cintura americana para abajo, o sea, del Canal de Panamá a la Tierra del Fuego) todavía anda retorciendo la sintaxis para explicar que, en ese caso, no hay apoyo a Brasil en su ambición de formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU, aunque resulte obvio que de todo se pueda hablar, y también que lo que hoy no es, mañana puede ser.
La señora Roussef ha sido aceptada por los brasileños con cotas de popularidad iguales s las de Lula en sus primeros tres meses. Y lo consigue sin dar tres cuartos al pregonero: no sube los intereses para luchar contra la inflación, pero reduce la inversión pública para desesperación de su partido, y aunque aumenta el salario mínimo, no la hace en la cantidad que pedían los sindicatos. Así que a Lula solo le queda el recurso al pataleo: no ha querido ir a comer con este señór tan simpático, a pesar de que Dilma invitó a todos los expresidentes. En esa línea, también ha prohibido al Secretario de Movimientos Sociales de su partido, Wanderley Silva, que montara ninguna manifa a Obama con estridencias maoistas y sandeces nacionalistas varias. Todos quietos, que ella controla y en ella confían ya los brasileños. Así que sus actuaciones resultan contundentes y convincentes.
Y si los americanos quieren parte del iguazú petrolífero descubierto frente a Río, precisamente, pues ya pueden ir olvidándose de su subvencionado athanol de maiz y comprando el brasileño de caña. Con la misma firmeza ha respondido Obama, desde luego, pero eso ya se esperaba. Agenda de trabajo, además, con final anticlimático, porque no se ha querido dar rueda de prensa conjunta; que a doña Dilma, en el fondo, lo de Libia tampoco le gusta, aunque se haya abstenido en la votación del Consejo de Seguridad. Y Lula comiéndose las uñas en su pueblo.
La sombra de Dilma no será alargada, pero como ensanchada sí que lo es , desde luego, llega a Río. Donde manda Sergio Cabral, gran amigo y colaborador de Lula y que, como buen lehendakari, se había montado una orgía de representatividad internacional... que la sombra de Dilma no ha dejado brillar. Obama quería anunciar una nueva era para las américas en la plaza de Río, nada menos, ante tropecientos mil brasileños enfervorizados, que el gobernador Cabral parecía dispuesto a agenciar. Pues de eso nada: al teatro, en una recepción bastante cursi, llena de actrices y actores (aunque no he visto a Willy Toledo reivindicando nada: ¿cuestión de seguridad, de agenda?) Antes de eso, la visita a la favela Ciudad de Dios también ha sido bastante sosa y, sobre todo, breve. Así que el encuentro de Obama con el pueblo brasileño tendrá que esperar, sin que el pueblo brasileño haya dado muestra alguna de impaciencia. La agenda cultural que proponían los americanos ha quuedado oscurecida por la mucho más económica de Dilma.
Y no sé si con tanto cambio e imprevisto, Obama habrá tenido que rehacer su dicurso en el famoso Air Force One, de camino a Río, pero le ha salido bien flaco, como dicen los brasileños. Dedicar tanto espacio a la manida canción de Jorge Bem, con sus bendiciones divinas y bellezas naturales, ya huele. Y muy forzado el paralelismo entre los estados unidos de América y de Brasil. Hasta Colón, sin nombrarlo, se ha remontado el prócer y, desde entonces, todo no ha sido otra cosa sino un asombroso y sostenido esfuerzo hacia la libertad de los pueblos americanos. Con ligeros contratiempos dictatoriales, pero aquí está Brasil para dar ejemplo a los árabes sobre cómo se libra uno de sátrapas indeseables, sin morir en el intento. Y ¡cómo ha celebrado don Barack la concesión a Río de las olimpiadas! Sobre todo, no ha ocultado, porque aspira a que sean los americanos los que organicenn el tinglado. Pero ahí sí le aseguro yo, señor Obama, que ha metido su bien torneada pierna: no es Brasil un país al que se pueda venir a enseñar nada.
Mientras, Dilma pasaba el domingo en Brasilia, con su madre, la tía y la hija, con las que vive, haciéndose todas las uñas para no tener que pensar en esas futesas durante la semana, y de paso, comentando la poca gracia de esa Michelle , que a qué habrá venido.
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