El que se ha armado Obama, don Barack, en su visita a la capital carioca. Y es que Brasil no es para principiantes...
Vino don Barack convencido, como siempre, de que también entre los impresionantes morros de Río de Janeiro, acechaba la historia; esta vez, para establecer una nueva americanidad que, basada en la igualdad entre países, la proximidad y la buena voluntad, proporcione algún descanso a los planificadores económmicos USA, frente a los resolutivos chinos que, sin molestarse en aprender samba, ni en hablar tontamente de fútbol, ni en traerse a sus mujeres y niños de paseo, acaban con el zurrón lleno.
Brasil puede con todo y cuando uno se rinde a esa evidencia y se deja llevar, comienza a disfrutar. Por ejemplo, del susto que se han llevado los americanos, con este viaje de su presidente. Para empezar, eran los presidentes brasileños los que, conseguidas las credenciales, corrían a hacer cola en la Casa Blanca para pedir audiencia. No así Dilma, que desde el principio y sin los mohines seudoizquierdosos de su antecesor, ni complejo de ninguna clase, incluyó a Obama en su plan de márketing, y ¡vaya si le ha sacado partido a la visita! Obama venía como Shakira: a llenar estadios, hacer caridad y repartir sonrisas. Pero Dilma le tenía preparada una agenda de trabajo sin concesiones, falsas complacencias, ni gestos inútiles.
Para empezar, la almendra del viaje ha sido el paso por Brasilia, como no podía ser de otra manera, pero los americanos intentaban evitar. Y ahí Niemeyer, y la configuración que dio al palacio de Planalto, impide cualquier frivolidad. Por la rampa de acceso hasta la presidenta, solo circulan los que vienen a trabajar, así que Michele y las niñas, tan monas, se tuvieron que esperar a que la señora Dilma se dignara dirigirles un par de sonrisas, bien gauchas (Dilma Roussef es de Puerto Alegre), como diciendo: y a estas ¿a qué las traes? No se ha vuelto a saber de doña Michelle que, desilusionada, prácticamente ni se ha cambiado de vestido en todo el viaje.
Don Barack venía a hacer una oferta de cazabombarderos que Dilma no podría rechazar, pero la ha rechazado. No afloja, tampoco, el americano: Dan Restrepo (su asesor de cintura americana para abajo, o sea, del Canal de Panamá a la Tierra del Fuego) todavía anda retorciendo la sintaxis para explicar que, en ese caso, no hay apoyo a Brasil en su ambición de formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU, aunque resulte obvio que de todo se pueda hablar, y también que lo que hoy no es, mañana puede ser.
La señora Roussef ha sido aceptada por los brasileños con cotas de popularidad iguales s las de Lula en sus primeros tres meses. Y lo consigue sin dar tres cuartos al pregonero: no sube los intereses para luchar contra la inflación, pero reduce la inversión pública para desesperación de su partido, y aunque aumenta el salario mínimo, no la hace en la cantidad que pedían los sindicatos. Así que a Lula solo le queda el recurso al pataleo: no ha querido ir a comer con este señór tan simpático, a pesar de que Dilma invitó a todos los expresidentes. En esa línea, también ha prohibido al Secretario de Movimientos Sociales de su partido, Wanderley Silva, que montara ninguna manifa a Obama con estridencias maoistas y sandeces nacionalistas varias. Todos quietos, que ella controla y en ella confían ya los brasileños. Así que sus actuaciones resultan contundentes y convincentes.
Y si los americanos quieren parte del iguazú petrolífero descubierto frente a Río, precisamente, pues ya pueden ir olvidándose de su subvencionado athanol de maiz y comprando el brasileño de caña. Con la misma firmeza ha respondido Obama, desde luego, pero eso ya se esperaba. Agenda de trabajo, además, con final anticlimático, porque no se ha querido dar rueda de prensa conjunta; que a doña Dilma, en el fondo, lo de Libia tampoco le gusta, aunque se haya abstenido en la votación del Consejo de Seguridad. Y Lula comiéndose las uñas en su pueblo.
La sombra de Dilma no será alargada, pero como ensanchada sí que lo es , desde luego, llega a Río. Donde manda Sergio Cabral, gran amigo y colaborador de Lula y que, como buen lehendakari, se había montado una orgía de representatividad internacional... que la sombra de Dilma no ha dejado brillar. Obama quería anunciar una nueva era para las américas en la plaza de Río, nada menos, ante tropecientos mil brasileños enfervorizados, que el gobernador Cabral parecía dispuesto a agenciar. Pues de eso nada: al teatro, en una recepción bastante cursi, llena de actrices y actores (aunque no he visto a Willy Toledo reivindicando nada: ¿cuestión de seguridad, de agenda?) Antes de eso, la visita a la favela Ciudad de Dios también ha sido bastante sosa y, sobre todo, breve. Así que el encuentro de Obama con el pueblo brasileño tendrá que esperar, sin que el pueblo brasileño haya dado muestra alguna de impaciencia. La agenda cultural que proponían los americanos ha quuedado oscurecida por la mucho más económica de Dilma.
Y no sé si con tanto cambio e imprevisto, Obama habrá tenido que rehacer su dicurso en el famoso Air Force One, de camino a Río, pero le ha salido bien flaco, como dicen los brasileños. Dedicar tanto espacio a la manida canción de Jorge Bem, con sus bendiciones divinas y bellezas naturales, ya huele. Y muy forzado el paralelismo entre los estados unidos de América y de Brasil. Hasta Colón, sin nombrarlo, se ha remontado el prócer y, desde entonces, todo no ha sido otra cosa sino un asombroso y sostenido esfuerzo hacia la libertad de los pueblos americanos. Con ligeros contratiempos dictatoriales, pero aquí está Brasil para dar ejemplo a los árabes sobre cómo se libra uno de sátrapas indeseables, sin morir en el intento. Y ¡cómo ha celebrado don Barack la concesión a Río de las olimpiadas! Sobre todo, no ha ocultado, porque aspira a que sean los americanos los que organicenn el tinglado. Pero ahí sí le aseguro yo, señor Obama, que ha metido su bien torneada pierna: no es Brasil un país al que se pueda venir a enseñar nada.
Mientras, Dilma pasaba el domingo en Brasilia, con su madre, la tía y la hija, con las que vive, haciéndose todas las uñas para no tener que pensar en esas futesas durante la semana, y de paso, comentando la poca gracia de esa Michelle , que a qué habrá venido.
El hablador ejercita la capacidad que lo entitula aplicándola a la realidad que le rodea, asalta, sueña o, hasta, celebra. Se cree "donado" para ello, aunque no asumiría la responsabilidad de la huella indeleble, sí el burbujeo virtual y pasajero de las palabras. Y lo hace desde una perspectiva picaresca, sin esperanza ni ambición: pero es que hay que vivir...
domingo, 20 de marzo de 2011
Patatas a la importancia.
El diario El País, en cumplimiento de su ya irrenunciable e histórica misión, ha ofrecido estos días, con su proverbial imparcialidad, otra equilibrada visión de las dos Españas. Es verdad que en este envite le va mucho a su empresa editora, además. Así que, quizá a falta de material noticiable y opinable de entidad en la parca realidad mundial de estas dos semanas últimas, ha abierto sus páginas a una de esas cuestiones que, de verdad, vertebran la cultura de la aldea global y absorben el interés de los líderes mundiales: el Instituto Cervantes, ¿defiende la lengua española mejor ahora que antes o antes que ahora?
Rompen el fuego quienes denuncian "la debilidad actual del español" ( http://www.elpais.com/articulo/opinion/debilidad/actual/espanol/elpepiopi/20110303elpepiopi_5/Tes) y lo hacen con timbales y trompetas históricos, alistando entre sus huestes, nada menos que a Felipe Gonnzález, quien, según estos señores, habría creado el Instituto Cervantes, "para defender la lengua española en el mundo". Estos, que cuando dejan de estar integrados se vuelven apocalípticos, ¿quién, o qué, creerán que ataca a la lengua española? Porque no lo aclaran, aunque insisten mucho en eso, en que "hay que defenderla".
Las patatas a la importancia, sabio plato con el que que las madres de la posguerra española trascendían la humildad del tubérculo, convirtiéndolo en plato principal, mediante la mágica trasmutación operada por la salsa verde, reflejan mejor que nada, los delirios de grandeza de quienes, cuando las tenían , no supieron mostrar tanto respeto, menos aun eficacia, en el desempeño de sus responsabilidades. Lamentan la deriva de la lengua española en la Unión Europea, su falta de peso en la oficina de patentes, la muerte de Manolete y el 5-0 del Barcelona al Madrid: "es el resultado de una política preocupada solo por la aritmética de Parlamentos..."
Lo chusco es que los movimientos que de forma difusa, parcial y bastante desinformada, denuncian en la Unión Europea, se produjeron, en sus fases decisivas, con el primer Zapatero que colocó a todos ellos en diferentes niveles del Cervantes, todos ellos bajo, y les puedo asegurar que estaban muy "bajo", la simpar égida del poeta que se laureaba a sí mismo. No se oyó ninguna voz con estos ecos en aquellos tiempos. Claro, entonces estaban plugged, y ahora se han quedado unplugged, y ya sabemos cómo suena todo de diferente en una u otra condición.
Esa labor de defensa del idioma, sagrada misión a la que, aparentemente, ya no pueden renunciar, les lleva a ataques preventivos contra todo lo que se mueve en el exterior: el Ministerio de Asuntos Exteriores, la AECID (sobre la que tampoco parecen muy bien informados), los diplomáticos , cuya ausencia en actos culturales les produce "sonrojo" (a mi, personalmente, lo que me sonroja es su presencia, pero ya sabemos que hay gente pa tó). Vamos, que tras intentar el asalto al palacio de invierno de las competencias diplomáticas, y fracasar estrepitosamente en el intento, ahora "están verdes": unos clásicos, estos ex-.
A los fogones del Cervantes ya hay un nuevo equipo que se aplica a rebozar las nuevas patatas a la importancia. Y también tienen algo que decir, no faltaba más, mientras sigan plugged... :http://www.elpais.com/articulo/opinion/vitalidad/actual/espanol/elpepiopi/20110317elpepiopi_5/Tes. Estos, en cambio, piensan que "nuestra lengua vive su mejor momento histórico". Y yo me pierdo, porque no alcanzo a discernir los parámetros por los que se rige la bondad o carencias del momento histórico (otra bonita noción para destripar...) que viven las lenguas. Mucho menos cual sea la incidencia del Instituto Cervantes en esos vaivenes. Patatas a la importancia de que se alimentan quiénes siguen afirmando, sin sonrojarse, que el español avanza en USA gracias al impulso que recibe desde la calle Barquillo, de Madrid. Solo un punto de pausa y reflexión: ¿porqué, en el más evidente mercado potencial para el español, como son los Estados Unidos, solo hay dos Institutos Cervantes y medio? A partir de respuestas así se construirían estrategias más eficaces, francamente, que las surgidas de tanta palabrería.
A cualquier argentino, más aún a cualquiera de los "hijos de Sánchez" en los territorios del norte, las patatas a la importancia pueden resultarles esomagantes, si compartimos con ellos la razón, secreta hasta ahora (al menos yo no la conocía), de la existencia del Cervantes. Se dice desde la nueva ortodoxia de la casa que "el Instituto Cervantes existe para hacer frente a los retos que este gran patrimonio cultural y político que es el español tiene por delante". Este donado hablador, tras diez años de trabajo en la trinchera, seguía ateniéndose a sus Estatutos Fundacionales para entender que "El Instituto Cervantes es la institución pública creada por España en 1991 para la promoción y la enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana", y asumiendo con denuedo el imponente reto de mejorar cada día en el cumplimiento de esos objetivos. Pero ya se ve lo lejos que anda el donado hablador de las cocinas.
Oigan, el Instituto Cervantes es una benemérita institución que, si la sagacidad de Felipe González no hubiese creado, tendríamos que estar dando vueltas a cómo la poníamos en marcha. En ella trabajan cientos de personas que encienden las luces de sus instalaciones todas las mañanas, en los cinco continentes, para poner en marcha una excelente maquinaria de enseñanza de la lengua y difusión de la cultura en español, lengua bastante universal, sí.
Los trabajadores: profesores, administradores, gestores culturales, auxiliares, bibliotecarios..., españoles y de otros 56 países más (por lo menos), garantizan la continuidad de los objetivos y tareas asignadas, procurando hacerlos compatibles con las ilusiones y obsesiones de los "paracaidistas" que las elecciones al Parlamento de la nación española, les deparan cada cuatro añós, más o menos, en los puestos de designación directa. Por cierto, rutina jamás discutida por aquel adalid de "las buenas prácticas", que la poesía recuperó, con consecuencias imprevisibles para su futuro, -el de ambos...-.
Su labor es técnica,de resultados quizá irregulares, puntualmente discutibles, de enorme calidad en algunos desempeños, con logros demostrables en campos de su competencia, como la enseñanza de segundas lenguas, y éxitos en la divulgación cultural que desafían la lógica de los presupuestos con que se consiguen. Los trabajadores de la casa, en los cinco continentes, no van con yelmo, escudo ni adarga a sus despachos y aulas; solo con la vocación de ocuparse en lo que, a muchos de ellos, les gusta: la preparaciónn de las clases, la elaboración de planes que ayuden a la venta de las mismas, que luego hay que impartir, también promocionar y administrar. Entre otros oficios y tareas que ayudan a crear contexto: las bibliotecas que prestan servicios a quienes los solicitan, la divulgación cultural que señala la presencia de cada Instituto en su ciudad. Todo eso hace del Instituto Cervantes algo más que una academia de lenguas. Entidad, en todo caso, de la que se hallaría mucho más próximo que de las labores impuestas por la espada y la cruz, que tantos parecen añorar.
Así que parafaseando a los clásicos y en particular al primero de todos en nuestra lengua, al Cid,( curioso mercenario aquel, por cierto), terminaré diciendo del Instituto Cervantes lo mismo que el juglar, de Don Rodrigo: ¡qué buen caballero cuando tiene buen señor!
Rompen el fuego quienes denuncian "la debilidad actual del español" ( http://www.elpais.com/articulo/opinion/debilidad/actual/espanol/elpepiopi/20110303elpepiopi_5/Tes) y lo hacen con timbales y trompetas históricos, alistando entre sus huestes, nada menos que a Felipe Gonnzález, quien, según estos señores, habría creado el Instituto Cervantes, "para defender la lengua española en el mundo". Estos, que cuando dejan de estar integrados se vuelven apocalípticos, ¿quién, o qué, creerán que ataca a la lengua española? Porque no lo aclaran, aunque insisten mucho en eso, en que "hay que defenderla".
Las patatas a la importancia, sabio plato con el que que las madres de la posguerra española trascendían la humildad del tubérculo, convirtiéndolo en plato principal, mediante la mágica trasmutación operada por la salsa verde, reflejan mejor que nada, los delirios de grandeza de quienes, cuando las tenían , no supieron mostrar tanto respeto, menos aun eficacia, en el desempeño de sus responsabilidades. Lamentan la deriva de la lengua española en la Unión Europea, su falta de peso en la oficina de patentes, la muerte de Manolete y el 5-0 del Barcelona al Madrid: "es el resultado de una política preocupada solo por la aritmética de Parlamentos..."
Lo chusco es que los movimientos que de forma difusa, parcial y bastante desinformada, denuncian en la Unión Europea, se produjeron, en sus fases decisivas, con el primer Zapatero que colocó a todos ellos en diferentes niveles del Cervantes, todos ellos bajo, y les puedo asegurar que estaban muy "bajo", la simpar égida del poeta que se laureaba a sí mismo. No se oyó ninguna voz con estos ecos en aquellos tiempos. Claro, entonces estaban plugged, y ahora se han quedado unplugged, y ya sabemos cómo suena todo de diferente en una u otra condición.
Esa labor de defensa del idioma, sagrada misión a la que, aparentemente, ya no pueden renunciar, les lleva a ataques preventivos contra todo lo que se mueve en el exterior: el Ministerio de Asuntos Exteriores, la AECID (sobre la que tampoco parecen muy bien informados), los diplomáticos , cuya ausencia en actos culturales les produce "sonrojo" (a mi, personalmente, lo que me sonroja es su presencia, pero ya sabemos que hay gente pa tó). Vamos, que tras intentar el asalto al palacio de invierno de las competencias diplomáticas, y fracasar estrepitosamente en el intento, ahora "están verdes": unos clásicos, estos ex-.
A los fogones del Cervantes ya hay un nuevo equipo que se aplica a rebozar las nuevas patatas a la importancia. Y también tienen algo que decir, no faltaba más, mientras sigan plugged... :http://www.elpais.com/articulo/opinion/vitalidad/actual/espanol/elpepiopi/20110317elpepiopi_5/Tes. Estos, en cambio, piensan que "nuestra lengua vive su mejor momento histórico". Y yo me pierdo, porque no alcanzo a discernir los parámetros por los que se rige la bondad o carencias del momento histórico (otra bonita noción para destripar...) que viven las lenguas. Mucho menos cual sea la incidencia del Instituto Cervantes en esos vaivenes. Patatas a la importancia de que se alimentan quiénes siguen afirmando, sin sonrojarse, que el español avanza en USA gracias al impulso que recibe desde la calle Barquillo, de Madrid. Solo un punto de pausa y reflexión: ¿porqué, en el más evidente mercado potencial para el español, como son los Estados Unidos, solo hay dos Institutos Cervantes y medio? A partir de respuestas así se construirían estrategias más eficaces, francamente, que las surgidas de tanta palabrería.
A cualquier argentino, más aún a cualquiera de los "hijos de Sánchez" en los territorios del norte, las patatas a la importancia pueden resultarles esomagantes, si compartimos con ellos la razón, secreta hasta ahora (al menos yo no la conocía), de la existencia del Cervantes. Se dice desde la nueva ortodoxia de la casa que "el Instituto Cervantes existe para hacer frente a los retos que este gran patrimonio cultural y político que es el español tiene por delante". Este donado hablador, tras diez años de trabajo en la trinchera, seguía ateniéndose a sus Estatutos Fundacionales para entender que "El Instituto Cervantes es la institución pública creada por España en 1991 para la promoción y la enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana", y asumiendo con denuedo el imponente reto de mejorar cada día en el cumplimiento de esos objetivos. Pero ya se ve lo lejos que anda el donado hablador de las cocinas.
Oigan, el Instituto Cervantes es una benemérita institución que, si la sagacidad de Felipe González no hubiese creado, tendríamos que estar dando vueltas a cómo la poníamos en marcha. En ella trabajan cientos de personas que encienden las luces de sus instalaciones todas las mañanas, en los cinco continentes, para poner en marcha una excelente maquinaria de enseñanza de la lengua y difusión de la cultura en español, lengua bastante universal, sí.
Los trabajadores: profesores, administradores, gestores culturales, auxiliares, bibliotecarios..., españoles y de otros 56 países más (por lo menos), garantizan la continuidad de los objetivos y tareas asignadas, procurando hacerlos compatibles con las ilusiones y obsesiones de los "paracaidistas" que las elecciones al Parlamento de la nación española, les deparan cada cuatro añós, más o menos, en los puestos de designación directa. Por cierto, rutina jamás discutida por aquel adalid de "las buenas prácticas", que la poesía recuperó, con consecuencias imprevisibles para su futuro, -el de ambos...-.
Su labor es técnica,de resultados quizá irregulares, puntualmente discutibles, de enorme calidad en algunos desempeños, con logros demostrables en campos de su competencia, como la enseñanza de segundas lenguas, y éxitos en la divulgación cultural que desafían la lógica de los presupuestos con que se consiguen. Los trabajadores de la casa, en los cinco continentes, no van con yelmo, escudo ni adarga a sus despachos y aulas; solo con la vocación de ocuparse en lo que, a muchos de ellos, les gusta: la preparaciónn de las clases, la elaboración de planes que ayuden a la venta de las mismas, que luego hay que impartir, también promocionar y administrar. Entre otros oficios y tareas que ayudan a crear contexto: las bibliotecas que prestan servicios a quienes los solicitan, la divulgación cultural que señala la presencia de cada Instituto en su ciudad. Todo eso hace del Instituto Cervantes algo más que una academia de lenguas. Entidad, en todo caso, de la que se hallaría mucho más próximo que de las labores impuestas por la espada y la cruz, que tantos parecen añorar.
Así que parafaseando a los clásicos y en particular al primero de todos en nuestra lengua, al Cid,( curioso mercenario aquel, por cierto), terminaré diciendo del Instituto Cervantes lo mismo que el juglar, de Don Rodrigo: ¡qué buen caballero cuando tiene buen señor!
sábado, 12 de marzo de 2011
Shikatu ga nai.
Con esta proclividad que mostramos los españoles a erigirnos en protagonistas de todo lo que ocurre (si son desgracias, casi mejor), pronto aparecerá en algún medio el previsible "todos somos japoneses". Yo no, vaya por delante. Ni aunque me empeñara alcanzaría diez minutos de japonesidad; ni estando dispuesto, que ya sería estar, a cambiarlos por una úlcera de estómago. Porque ver al Fujiyama arrancarse por bulerías y mantener impasible el ademán, no es cosa que esté a mi alcance. Y no deja de ser admirable el estoicismo con el que millones de japoneses son capaces de contemplar la tragedia de sus compatriotas; sobre todo porque, lejos de inhibir la acción, esa serenidad parece precipitarla, ordenarla y hacerla más eficaz.
Un terremoto de las proporciones del ocurrido estos días sobrepasa límites geográficos, fronteras políticas, cimientos culturales y hasta las convicciones personales, colocándonos, inexcusablemente, ante la fuerza de lo inevitable. Y, no está de más señalar, retransmitido en directpo por todas las televisiones del mundo. Así que terremoto a todas horas, si el anuncio de la dimisión de Zapatero no coge el relevo de la actualidad en las próximos días. Por cierto, igual no era mal momento, este en el que la luna se acerca más que nunca a la tierra... ¿no, Leyre: cómo van las conjunciones astrales?
Las imágenes que nos sirven todas las cadenas conectan de manera espectacular, tal vez obscena, desde luego dramática, con las que el cine nos provee continuamente. Yukio Mishima definía la belleza como "un caballo desbocado" y no es posible hurtarse a la sobrecogedora belleza de las olas de diez metros, lanzadas a 800 kilómetros por hora, ni a la de la ruina que deja su paso en las ciudades costeras. Hasta la negra columna de humo que surge de la central nuclear y las fieras torres de fuego, se yerguen ante nosotros con una siniestra y amenazadora belleza. Como los barcos por la calzada, en insólita conversación con los coches y hasta con los aviones, los montones de automóviles calcinados, que ni Demian Hisrst ordenaría tan artísticamente; las escenas que Ridley Scott ni soñó, las espirales land-art que Robert Smithson nunca logró hacer tan dinámicas, la tensión transmitida que James Cameron nunca fue capaz de originar...
Ya hubiese querido Mishima abrir en canal, con la espada que rasgó su vientre, las carreteras, puertos y ciudades del imperio . Como en sus delirios filosóficos, la acción pura, desencadenada por la naturaleza, ha logrado penetrar cuestiones eternas del Japón y de la humanidad toda. Él noveló, y hasta trató de vivir, la fatalidad de lo sublime; el terremoto sobrepasa ampliamente los planteamientos de aquel tardo-samurai poniendo de manifiesto lo sublime de la fatalidad.
Las próximas semanas, meses y, desgraciadamente, años, viviremos, otra vez, las lecciones que Japón impartirá al mundo. Algunas de las cuales no son nada desdeñables. Caerán en excesos regulatorios (tipo, no dejar entrar perros rastreadores de otros países, o impedir la distribución de agua o analgésicos no japoneses) pero el coraje, la unidad y la comunidad de destino que mostraron tras la Segunda Guerra Mundial, o en otras catástrofes naturales anteriores, y hasta en la caída de su economía en los años 90, volverán a brillar con el sol naciente.
A eso llaman, en inglés, resilience: la capacidad que tienen los materiales de recuperar su condición original tras el estrés inducido por algún agente externo. O sea, lo bien que recupera su forma original el sillón, después de nuestra siesta. Y eso no se lo niegan a Japón ni los chinos. Aunque para todo hay formas y, admirando la japonesa, no la comparto ni aspiro a ella. Podrían alcanzar la misma recuperación del estado original de forma más, me atrevería a decir, natural. No sé, quejándose alguna vez, que tiene que tener unas somatizaciones muy malas para la salud, esa cosa de no alterar el gesto aunque ¡te esté cayendo un edificio encima!, o un jefe, o la ruina, o la bolsa de Tokio, o, como ahora, todo ello al mismo tiempo.
Aunque tampoco hemos de olvidar la diferente frecuencia de onda entre ser humano y naturaleza, según la cultura en que sintonicen. Oriente y Occidente otra vez, que mira que somos raros todos. Aunque distintamente equipados para afrontarlo, ninguno de nosotros, de las antípodas a Ponferrada, se sustrae a la experiencia del sufrimiento. Y eso nos conmueve, aunque ocurra en Japón. La pregunta no creo que sea ociosa: siendo el terremoto, como la muerte, inevitable ¿cómo es que no estamos mejor preparados para hacer frente al dolor que causa?
Hay conferencias internacionales e investigaciones sobre todas las calamidades posibles: sobre el hambre, la proliferación nuclear, la devastación de la capa de ozono... Pero no hay ninguna conferencia internacional sobre el sufrimiento, que procure avances en el control de la desazón que causa a la humanidad su relación con la naturaleza, porque no es otra la fuente de nuestros sinsabores. Toda nuestra construcción cultural, con sus fundamentos en la antigua Grecia y sus últimos florecimientos en la moderna, no es capaz de mitigar el dolor y, menos aun, dar sentido a esa relación. Pero todo va por barrios.
San Agustín consideró a la naturaleza fuera de la Redención, por tanto dentro del pecado, lugar del mal. Desafiar la ortodoxia establecida por los Santos Padres en este punto esencial de la concepción del mundo, era panteismo, una cosa muy fea. Así que, en el ámbito occidental, ampliamente dominado por el cristianismo, la alienación del hombre respecto a la naturaleza se fue completando inexorablemente. La naturaleza, en su ferocidad incontrolada es lo opuesto a la razón. La misisón del buen cristiano es dominarla, sujetarla a razón y explotarla en consecuencia. No formamos parte de la naturaleza: lo humano es la razón.
No es la misma concepción del universo la que anima a los japoneses evidentemente y, quizá, alguna ventaja nos llevan en ese terreno, si ventaja es fundirse con el entorno y sentirse parte de un proceso irreversible que lleva a todo ser vivo a salir del estado de crisis que supone la vida y completarse en la perfección de la muerte. Sorprende en este contexto, la poca capacidad dela ciencia para explicar nada que sea importante. Lo que no quita para que lo que explica sea imprescindible.
Pero no se trata de abundar en un ecologismo apocalíptico, en realidad, al servicio de lo que parece combatir. Se trata de alcanzar una cosmologia abarcadora, capaz de expllicar nuestros avances y el miedo insuperable a su consecuencias, la mejora en las condciones de vida sobre el planeta y la amenaza constante de su fragilidad, la imposibilidad de excluír el azar y la casualidad de las previsiones más fiables, al menos hoy por hoy. Entender que la mudanza es la única condición estable de nuestro entorno y el azar tan activo como la causalidad.
martes, 8 de marzo de 2011
Estrellas y estrellados.
Es sabido que los tiempos de crisis generan liderazgos dudosos, estrellatos tóxicos y doctrinas para echarse a temblar. Pero aunque esté en la teoría, no veo la razón de aceptar esa situción, asumiendo al enemigo en casa, como si no se pudiera apagar la (mala) televisión y retomar la vida (propia) de cada uno. La de cada uno, vértigo que, hoy, ya empieza a parecer insuperable en amplios sectores de población y, muy principalmente, en las clases medias.
Tiempo tendrán los que no la vivieron, de analizar nuestra crisis. Como no estaré para discutirlo en el momento, adelanto ya algunas tesis que iluminen a las generaciones futuras (quién sabe si, quizá, también a las presentes) y anime a sus líderes a un ejercicio más responsable de la autoridad. Porque ¿qué fue antes?, ¿la crisis económica o la otra, la de valores? Quizá la vanidad del esfuerzo por llegar adónde no teníamos ninguna necesidad de ir, nos dejó tan atontados que la crisis económica se nos coló por causa de la otra, por no saber qué hacer con nuestras vidas, con nuestro tiempo libre, nuestros afectos, amores y horrores.
Algo de lo que nos pasa nos mereceremos, después de haber encumbrado a Mario Conde, a Torrente, a Raúl, Belén Esteban, el Dioni, a Jiménez Losantos, a Umbral, a Pérez Reverte, a Paquirrín, al novio de su madre, a la ex de su padre, a los giles y ruizmateos, a Carmen Machi y sus abominables creaciones, a Esperanza Aguirre y a Mouriño, cuyos destinos la presidenta ha unido hasta la muerte (¿con el consentimiento del portugués?)... En fin, tantos líderes de opinión que nos fueron imponiendo, unos, soltar los botones de la manga de las chaquetas (a los que utilizan chaquetas con esa particularidad); otros, la necesidad de enriquecerse aunque sea sin escrúpulos; quiénes, la procacidad en el lenguaje como marca de caráccter; o las camisas inexplicables, las barrigas indecentes, el tartufismo santurrón y delincuente. En general, si nos fijamos, una insoportable tendencia al cabreo, el exabrupto y la ordinariez de esta España nuestra, a la que solo le hacía falta la llegada del padre Maciel, para acabar de confundir a las gentes de bien, que, justo es decirlo, mostraron un arrojo en la confusión más propio de otras causas, ¿verdad, señora Botella?.
Parece como si el arte de vivir, eso que El País ya denomina, sin pudor, "estilos de vida" y hasta de vez en cuando se atreve a llamar life style, se hubiera reducido a convertirnos en la imagen de alguna de las estrellas del momento. La que sintamos más próxima. Pero de soñar esa imagen también pueden resultar pesadillas: compárese, si no, a Sergio Ramos con Beckam. O a Ophrah con María Teresa Campos... Podríamos seguir.
Si alguien piensa que Carmen Lomana tiene algo que ver con la elegancia, quizá se haya sentido estremecido por los deslices de Galliano. ¿Y éste, quién es? Ahora todo el mundo se preocupa por sus opiniones, como si sus creaciones llevaran años ocupando nuestros armarios, pero Dior bien a gusto se lo ha quitado de encima.
Esto de la moda, por ejemplo, ¿importa a alguien más que a las periodistas que se dedican a ella? Sin Meryl Streep, Anna Wintour nunca hubiera sido nada, y a su anonimato ha vuelto. Si somos serios, ¿McQueen marcó una época? Puedo entender que Jhon Lennon se sintiera más importante, o igual, que Jesucristo, pero nunca creeré que Mel Gibson sea su representante en la tierra.
La televisión se ha convertido en una especie de elcorteinglés proveedor, y sustentador, del individualismo democrático que nos aconseja hacer, sin tregua posible, lo que nos venga en gana. Baja uno al metro y le asaltan simulacros de todas las comedias televisivas que aparecen en la parrilla. El mariquita que empìeza se colocó un flequillo Glee, la devoradora de hombres hace lo que puede imitando a Eva Longoria, lo de las chicas aquellas de New York parece que ya va en declive, pero no los pavos que se disfrazan de mad man. El gesto seudohosco del doctor House se nos hace hasta más fácil de imitar. Hay un ejército de adolescentes dispuestas a comenzar cualquier duelo de baile, solas o con sus amigas más íntimas, contra cualquiera que se haya interpuesto en el camino de cualquier chico que les de igual, eso sí, con el gesto fiero aprendido en los high schools americanos.
A esto llegó y no sabemos cómo pararlo. Pero, felizmente, también veo extenderse una cierta nostalgia de nuestro yo, ese interior, inalienable, independiente, que muchos padres no encuentran en sus hijos y que a muchos hijos les reconfortaría descubrir en sus padres. Porque en esta materia, la transmisiónn es fundamental. Y no miremos siempre a la escuela. ¿Se imaginan a cualquier profesor compitiendo con el life style de Sheen en su famosa serie?, ¿qué puede hacer una profesora frente a la gracia infinita de Carmen Machi?, ¿debe el jefe de estudios, adoptar el role model de Risto Meijide para ejercer alguna forma de autoridad?
(Dejo para otro día las series de vampiros y su recomposición de la moral sexual de nuestros jóvenes. Es algo terrible).
Tiempo tendrán los que no la vivieron, de analizar nuestra crisis. Como no estaré para discutirlo en el momento, adelanto ya algunas tesis que iluminen a las generaciones futuras (quién sabe si, quizá, también a las presentes) y anime a sus líderes a un ejercicio más responsable de la autoridad. Porque ¿qué fue antes?, ¿la crisis económica o la otra, la de valores? Quizá la vanidad del esfuerzo por llegar adónde no teníamos ninguna necesidad de ir, nos dejó tan atontados que la crisis económica se nos coló por causa de la otra, por no saber qué hacer con nuestras vidas, con nuestro tiempo libre, nuestros afectos, amores y horrores.
Algo de lo que nos pasa nos mereceremos, después de haber encumbrado a Mario Conde, a Torrente, a Raúl, Belén Esteban, el Dioni, a Jiménez Losantos, a Umbral, a Pérez Reverte, a Paquirrín, al novio de su madre, a la ex de su padre, a los giles y ruizmateos, a Carmen Machi y sus abominables creaciones, a Esperanza Aguirre y a Mouriño, cuyos destinos la presidenta ha unido hasta la muerte (¿con el consentimiento del portugués?)... En fin, tantos líderes de opinión que nos fueron imponiendo, unos, soltar los botones de la manga de las chaquetas (a los que utilizan chaquetas con esa particularidad); otros, la necesidad de enriquecerse aunque sea sin escrúpulos; quiénes, la procacidad en el lenguaje como marca de caráccter; o las camisas inexplicables, las barrigas indecentes, el tartufismo santurrón y delincuente. En general, si nos fijamos, una insoportable tendencia al cabreo, el exabrupto y la ordinariez de esta España nuestra, a la que solo le hacía falta la llegada del padre Maciel, para acabar de confundir a las gentes de bien, que, justo es decirlo, mostraron un arrojo en la confusión más propio de otras causas, ¿verdad, señora Botella?.
Parece como si el arte de vivir, eso que El País ya denomina, sin pudor, "estilos de vida" y hasta de vez en cuando se atreve a llamar life style, se hubiera reducido a convertirnos en la imagen de alguna de las estrellas del momento. La que sintamos más próxima. Pero de soñar esa imagen también pueden resultar pesadillas: compárese, si no, a Sergio Ramos con Beckam. O a Ophrah con María Teresa Campos... Podríamos seguir.
Si alguien piensa que Carmen Lomana tiene algo que ver con la elegancia, quizá se haya sentido estremecido por los deslices de Galliano. ¿Y éste, quién es? Ahora todo el mundo se preocupa por sus opiniones, como si sus creaciones llevaran años ocupando nuestros armarios, pero Dior bien a gusto se lo ha quitado de encima.
Esto de la moda, por ejemplo, ¿importa a alguien más que a las periodistas que se dedican a ella? Sin Meryl Streep, Anna Wintour nunca hubiera sido nada, y a su anonimato ha vuelto. Si somos serios, ¿McQueen marcó una época? Puedo entender que Jhon Lennon se sintiera más importante, o igual, que Jesucristo, pero nunca creeré que Mel Gibson sea su representante en la tierra.
La televisión se ha convertido en una especie de elcorteinglés proveedor, y sustentador, del individualismo democrático que nos aconseja hacer, sin tregua posible, lo que nos venga en gana. Baja uno al metro y le asaltan simulacros de todas las comedias televisivas que aparecen en la parrilla. El mariquita que empìeza se colocó un flequillo Glee, la devoradora de hombres hace lo que puede imitando a Eva Longoria, lo de las chicas aquellas de New York parece que ya va en declive, pero no los pavos que se disfrazan de mad man. El gesto seudohosco del doctor House se nos hace hasta más fácil de imitar. Hay un ejército de adolescentes dispuestas a comenzar cualquier duelo de baile, solas o con sus amigas más íntimas, contra cualquiera que se haya interpuesto en el camino de cualquier chico que les de igual, eso sí, con el gesto fiero aprendido en los high schools americanos.
A esto llegó y no sabemos cómo pararlo. Pero, felizmente, también veo extenderse una cierta nostalgia de nuestro yo, ese interior, inalienable, independiente, que muchos padres no encuentran en sus hijos y que a muchos hijos les reconfortaría descubrir en sus padres. Porque en esta materia, la transmisiónn es fundamental. Y no miremos siempre a la escuela. ¿Se imaginan a cualquier profesor compitiendo con el life style de Sheen en su famosa serie?, ¿qué puede hacer una profesora frente a la gracia infinita de Carmen Machi?, ¿debe el jefe de estudios, adoptar el role model de Risto Meijide para ejercer alguna forma de autoridad?
Yo no pienso "divertirme hasta morir", porque ya fui avisado por Neil Postman, y hasta creo necesario redoblar la vigilancia ante esa función reguladora de la moral, y de todos los valores sociales pasados y presentes (no se pierdan las trampas de series como "Cuéntame" ) que ejercen los medios de masas y, con ellos, la caterva de modelos, más o menos disparatados, que propone esta modernidad nuestra. Modelar una generación es hoy más fácil que nunca: la indumentaria, y otros imprescindibles de nuestro consumo diario, la regulan las series de televisión, lo mismo que el comportamiento y hasta el lenguaje. Esto último es lo más desazonante porque, a veces, se traducen los diálogos tan mal, que se unen a las aberraciones lingüísticas que cometen, sin motivo aparente, las series nacionales. El resultado de todo esto es que nunca fue tan difícil como ahora ser rebeldes: ¡ayudémosles!
(Dejo para otro día las series de vampiros y su recomposición de la moral sexual de nuestros jóvenes. Es algo terrible).
domingo, 6 de marzo de 2011
...é carnaval!
En lugares muy diversos del mundo es carnaval, en Brasil es otra cosa. Bueno, la misma, pero sin perder el tiempo, que a lo que vengo, vengo.
No hay una ciudad más hermosa en la tierra que Río de Janeiro, ni más sudamericana. Verdaderamente, Río concentra las esencias del imaginario atribuido a Sudamérica. Sus playas, los morros desafiantes, la vegetación excesiva surgiendo entre casas y coches, un cementerio aparece de repente, bellísimo, el centro torrencial y desordenado, las cuestas sin piedad de Santa Teresa, palmeras y coqueros frente al mar, buganvillas desatadas, y esa dudosa simpatía de sus habitantes.
Encuentras uno de los blocos en que se organizan los desfiles de carnaval, y el mundo se para. A cualquier hora del día o de la noche. No hay un plan de tráfico previo. Al menos el Ayuntamiento no lo hace público. Así que lo mismo puedes disfrutar de la música desenfrenada en un mar de caipiriña, que observar la alegria de los otros desde un taxi, jurando en arameo mientras el taxímetro avanza implacable, también a ritmo de samba. Pero ¿qué necesidad hay de trasladarse a otro lugar cuando la música y el baile inundan nuestro entorno? Así que a disfrutar. ¡Es carnaval!
Tengo al turismo por una de las más terribles plagas que acosan a la humanidad, desde hace unos veinte años, aunque nadie quiera darse cuenta de ello. También la crisis nos empeñábamos en ignorarla, así que preparémonos. Y el turismo en carnaval es voyeur o, peor, exhibicionista, caro y, además, frustrante.
Invadir una ciudad en su fiesta mayor tiene algo de indecente. La colectividad se suelta el pelo y es posible que la abuela fume, la mamá se tome una copa de más, el niño haga streptease y el padre, el padre es capaz de vestirse de mujer. Y no tenemos porqué ver todo eso, los que no pertenecemos al lugar. Igual en Sanfermines, que en la Feria de Sevilla: quienes disfrutan son los lugareños, porque son los que saben qué es exactamente lo que están transgrediendo, y ese es el sentido último de la fiesta.
Objetivamente, Río en carnaval es difícilmente soportable, si no eres carioca de nacimiento y profesión. O de Hamburgo, por oposición y contraste, que como no se enteran de nada, pues están tan a gusto creyéndose la mar de integrados. Los momentos de concentración en torno a la música impiden el movimiento, seis horas puede ser la media de tiempo invertida para ver un momento de samba de unos 30 minutos. Pasa el camionazo atronando la calle y te deja los tímpanos rotos, los pies molidos a pisotones, el cuerpo cubierto de sudor y una cierta sensación de ligereza, porque, probablemente, te habrán vaciado los bolsillos. Y si entiendes las letras de los sambas tradicionales, te vuelves a casa inmediatamente.
Nada diré de las delicias y asombros del sambódromo, porque ahi no me meten ni en cuba de caipiriña. Si las fallas no llenaron tus sanjosés, ni Disneyworld significó nada en tu juventud, el sambódromo te lo puedes saltar. En tonces ¿qué?, ¿qué es eso del carnaval? Transgresión, lo es, sin duda. Pero, se plantea el europeo curioso, ¿qué es lo que queda por transgredir, en un Brasil, ya de por sí, predispuesto al exceso? Y ahí es donde hay que comenzar a desmontar prejuicios.
Los niveles de roce y comunión entre los cuerpos de Río, nunca se dieron en la calle La Estafeta, doy fe de ello. Los de Pamplona, cualquiera lo sabe, no somos así. Luego, hay un Brasil esencialmente conservador, ese que Europa desconoce, que se desmelena, sin medida ni remedio, en cuanto llega el carnaval. Y la fusión de razas, esa tan admirada, en realidad se da, no solo, pero ahora. Es en estos días cuando los negros pastorean la calle más que nunca, desbordan con sus caderas el control de los blancos y, como imaginan, los pocos ricos que han quedado en la ciudad se refugian en sus casas. Esto es de la clase C para abajo. Los únicos médicos o ingenieros que encuentra uno por la calle, saltando sin parar, eso sí, son los que vienen de Rotterdam.
Quizá la más exquisita celebración de la femineidad en su belleza, sensualidad, maternidad y demás facetas todas, ocurra en la Semana Santa sevillana. Lo digo para dar una idea, porque en Río es todo lo contrario. El carnaval celebra al hombre. Ninguna fiesta es más de hombres que el Carnaval brasileño, en el que hasta el estereotipo de belleza femenino propuesto, aparece condicionado por la ambigüedad que lo acerque al masculino. Es la S/Z de Roland Barthes, en un juego de papeles sexuales en el que el protagonista es siempre el hombre, transgrediendo los límites de la corrección social que le obliga a asumir una rigidez que el carnaval hace saltar en pedazos.
Sí, el carnaval es homo, pero no gay. Lo que requiere explicación. El gay que llega de Colonia dispuesto a vivir aventuras no acaba de encontrar lo que busca, que es, invariablemnente, lo que ya tiene en su fria tierra. Por lo que, en general, termina pagando lo que ni sabía que estaba comprando, a precios que nunca confesará de vuelta al trabajo. Y es que la transgresión ocurre cuando menos se espera, es sutil y desenfadada, anónima y sin compromisos, surge al compás de la música, se ampara en el disfraz, se atrinchera en el alcohol, no busca ni procura satisfacciónn sexual, sino liberación social.
Como sé que la tesis, sin ser revolucionaria, causará cierta sorpresa, invoco en mi apoyo el número último de la brasileña revista Epoca, que trata el tema extensamente, preguntándose porqué un carnaval tan así, da paso a un año de represión homosexual, que es el día a día brasileño.
En fin, podemos hablar de Darcy Ribeyro y sus investigaciones de antropología social, para encontrar, en muchas de las tribus indígenas que todavía pueblan Brasil, esa feliz fusión precivilizatoria, en la que cuerpos iguales se cruzan buscando, solo, placer.
Así que, irredentos seguidores y fans de Marisol, no pongais rumbo a Río, porque no vais a entender nada.
No hay una ciudad más hermosa en la tierra que Río de Janeiro, ni más sudamericana. Verdaderamente, Río concentra las esencias del imaginario atribuido a Sudamérica. Sus playas, los morros desafiantes, la vegetación excesiva surgiendo entre casas y coches, un cementerio aparece de repente, bellísimo, el centro torrencial y desordenado, las cuestas sin piedad de Santa Teresa, palmeras y coqueros frente al mar, buganvillas desatadas, y esa dudosa simpatía de sus habitantes.
Encuentras uno de los blocos en que se organizan los desfiles de carnaval, y el mundo se para. A cualquier hora del día o de la noche. No hay un plan de tráfico previo. Al menos el Ayuntamiento no lo hace público. Así que lo mismo puedes disfrutar de la música desenfrenada en un mar de caipiriña, que observar la alegria de los otros desde un taxi, jurando en arameo mientras el taxímetro avanza implacable, también a ritmo de samba. Pero ¿qué necesidad hay de trasladarse a otro lugar cuando la música y el baile inundan nuestro entorno? Así que a disfrutar. ¡Es carnaval!
Tengo al turismo por una de las más terribles plagas que acosan a la humanidad, desde hace unos veinte años, aunque nadie quiera darse cuenta de ello. También la crisis nos empeñábamos en ignorarla, así que preparémonos. Y el turismo en carnaval es voyeur o, peor, exhibicionista, caro y, además, frustrante.
Invadir una ciudad en su fiesta mayor tiene algo de indecente. La colectividad se suelta el pelo y es posible que la abuela fume, la mamá se tome una copa de más, el niño haga streptease y el padre, el padre es capaz de vestirse de mujer. Y no tenemos porqué ver todo eso, los que no pertenecemos al lugar. Igual en Sanfermines, que en la Feria de Sevilla: quienes disfrutan son los lugareños, porque son los que saben qué es exactamente lo que están transgrediendo, y ese es el sentido último de la fiesta.
Objetivamente, Río en carnaval es difícilmente soportable, si no eres carioca de nacimiento y profesión. O de Hamburgo, por oposición y contraste, que como no se enteran de nada, pues están tan a gusto creyéndose la mar de integrados. Los momentos de concentración en torno a la música impiden el movimiento, seis horas puede ser la media de tiempo invertida para ver un momento de samba de unos 30 minutos. Pasa el camionazo atronando la calle y te deja los tímpanos rotos, los pies molidos a pisotones, el cuerpo cubierto de sudor y una cierta sensación de ligereza, porque, probablemente, te habrán vaciado los bolsillos. Y si entiendes las letras de los sambas tradicionales, te vuelves a casa inmediatamente.
Nada diré de las delicias y asombros del sambódromo, porque ahi no me meten ni en cuba de caipiriña. Si las fallas no llenaron tus sanjosés, ni Disneyworld significó nada en tu juventud, el sambódromo te lo puedes saltar. En tonces ¿qué?, ¿qué es eso del carnaval? Transgresión, lo es, sin duda. Pero, se plantea el europeo curioso, ¿qué es lo que queda por transgredir, en un Brasil, ya de por sí, predispuesto al exceso? Y ahí es donde hay que comenzar a desmontar prejuicios.
Los niveles de roce y comunión entre los cuerpos de Río, nunca se dieron en la calle La Estafeta, doy fe de ello. Los de Pamplona, cualquiera lo sabe, no somos así. Luego, hay un Brasil esencialmente conservador, ese que Europa desconoce, que se desmelena, sin medida ni remedio, en cuanto llega el carnaval. Y la fusión de razas, esa tan admirada, en realidad se da, no solo, pero ahora. Es en estos días cuando los negros pastorean la calle más que nunca, desbordan con sus caderas el control de los blancos y, como imaginan, los pocos ricos que han quedado en la ciudad se refugian en sus casas. Esto es de la clase C para abajo. Los únicos médicos o ingenieros que encuentra uno por la calle, saltando sin parar, eso sí, son los que vienen de Rotterdam.
Quizá la más exquisita celebración de la femineidad en su belleza, sensualidad, maternidad y demás facetas todas, ocurra en la Semana Santa sevillana. Lo digo para dar una idea, porque en Río es todo lo contrario. El carnaval celebra al hombre. Ninguna fiesta es más de hombres que el Carnaval brasileño, en el que hasta el estereotipo de belleza femenino propuesto, aparece condicionado por la ambigüedad que lo acerque al masculino. Es la S/Z de Roland Barthes, en un juego de papeles sexuales en el que el protagonista es siempre el hombre, transgrediendo los límites de la corrección social que le obliga a asumir una rigidez que el carnaval hace saltar en pedazos.
Sí, el carnaval es homo, pero no gay. Lo que requiere explicación. El gay que llega de Colonia dispuesto a vivir aventuras no acaba de encontrar lo que busca, que es, invariablemnente, lo que ya tiene en su fria tierra. Por lo que, en general, termina pagando lo que ni sabía que estaba comprando, a precios que nunca confesará de vuelta al trabajo. Y es que la transgresión ocurre cuando menos se espera, es sutil y desenfadada, anónima y sin compromisos, surge al compás de la música, se ampara en el disfraz, se atrinchera en el alcohol, no busca ni procura satisfacciónn sexual, sino liberación social.
Como sé que la tesis, sin ser revolucionaria, causará cierta sorpresa, invoco en mi apoyo el número último de la brasileña revista Epoca, que trata el tema extensamente, preguntándose porqué un carnaval tan así, da paso a un año de represión homosexual, que es el día a día brasileño.
En fin, podemos hablar de Darcy Ribeyro y sus investigaciones de antropología social, para encontrar, en muchas de las tribus indígenas que todavía pueblan Brasil, esa feliz fusión precivilizatoria, en la que cuerpos iguales se cruzan buscando, solo, placer.
Así que, irredentos seguidores y fans de Marisol, no pongais rumbo a Río, porque no vais a entender nada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)